Al contrario de lo que muchos pueden pensar, los museos no muestran solo objetos antiquísimos dignos de admirar. A día de hoy, estos espacios no solo atesoran obras de arte ante las que hacerse el interesante, sino que también recogen los artilugios más insólitos del mundo. Muestras de ello son el museo dedicado a los penes, en Islandia, u otra colección que alberga las falsificaciones de todo tipo más logradas en París.
A estos peculiares museos hay que sumar uno situado, cómo no, en Japón. Se trata de una galería capaz de dejar a muchos de sus visitantes boquiabiertos. La colección se conoce con el nombre de Chinsekikan, que significa ‘sala de las piedras curiosas’, un nombre más que descriptivo, ya que los objetos que se muestran en dicha sala no son valiosos por su antiguedad, sino por ser insólitos. De hecho, en su interior nos vamos a encontrar con piedras parecidas a personajes famosos, incluyendo al mismísimo rey del 'rock'.
El museo es único en su especie (a nadie se le había ocurrido esta idea antes) y se encuentra en el pueblo de Chichibu, ubicado a dos horas en coche de Tokio. La colección alberga cerca de 1.700 ‘jinmenseki’, un término nipón referido a esas piedras que nos encontramos de paseo por el campo y que, curiosamente, nos recuerdan a alguien.
Aunque se podría pensar que se trata de una obra colectiva y que la galería ha sido construida de forma conjunta por los vecinos con más imaginación del municipio, lo cierto es que el mérito de esta asombrosa colección solo podemos atribuírselo a una persona, el japonés Shozo Hamaya. Este hombre ha sido el encargo de recoger, a lo largo de más de cincuenta años, los pedruscos que se topaba en su camino y que le hacían pensar eso de “Ey, tu cara me suena”. Después de acumular centenares de guijarros, Hamaya tuvo la maravillosa idea de crear un museo con todos sus nuevos amigos y compartirlos así con el resto del mundo.
Lamentablemente, este curioso y generoso personaje falleció en 2010 y dejó semejante colección en herencia a su mujer, Yoshiko Hamaya, quien ahora se encarga de regentar el museo. El número de cantos ya alcanza los 1.700, pues son muchos los visitantes que, tras la muerte del fundador, han querido dejar su granito de arena (o de piedra, mejor dicho) en la sala.
En este museo, como es lógico, reina la imaginación, porque es lo que hay que usar para ver algunos de los supuestos parecidos. Si el visitante tiene un día espeso puede que solo vea un montón de piedras amontonadas en vitrinas. Solo si los turistas ponen de su parte quizás puedan entrever al mismísimo Elvis Presley en un pedrusco.
Pero el rey del ‘rock’ no es el único que tiene la cara muy dura en esta singular sala nipona. Según este museo, también es posible que existan cantos similares al extraterrestre E.T, al simiesco Donkey Kong e incluso al pez payaso más conocido del mundo (por obra y gracia de Disney), Nemo.
Además, la propietaria del museo asegura que no hay truco: las formaciones rocosas no están retocadas (y no hace falta que lo jure: algunas se parecen lo que un huevo a una castaña) y la única artista es la naturaleza, que a veces nos sorprende con semejantes esperpentos.
Si eres aficionado a este tipo de parecidos y alguna vez te has topado con la jeta de Jesucristo en una patata frita, visitar este sitio seguro que no te deja indiferente. Pero desde el museo advierten: es preferible avisar con algunos días de antelación, ya que por las particularidades de la galería puede que esté cerrada (quizás tengan que dejar descansar a las estrellas del lugar).
Otros muchos parecidos escalofriantes
No obstante, desde que existe internet la búsqueda de parecidos razonables parece casi una competición, por lo que Hamaya no era el único experto en esto de buscar supuestas similitudes en los objetos más insólitos. De hecho, ya algunos se empeñaron en emparentar a esta antiquísima estatua egipcia con el rey del ‘pop’. Aunque todavía no sabemos si la retratada en la escultura también pasó varias veces por el bisturí, todo parece señalar que Michael Jackson guarda algún tipo de relación con las esfinges.
Aunque a los grandes artistas también nos los podemos encontrar hasta en la sopa… o en la ensalada. Porque si eres de los que alguna vez se han quedado mirando fijamente a un tomate creyendo ver en él un rostro indefinido, no te sorprenderá comprobar que el mismísimo Rocky Balboa se hizo presente en un pimiento verde un tanto deforme.
Una explicación científica
Si alguno aún no le ha encontrado el parecido o nunca ha visto un rostro en algún objeto inanimado, quizás deba preocuparse. Resulta que esta obsesión por encontrar significados es un fenómeno muy común en nuestro cerebro. Recibe el nombre de pareidolia (que no “paranoia”, cuidado) y es un mecanismo por el cual reconocemos patrones en medio de todo el desbarajuste sensorial que nos presenta el entorno.
Gracias a ello, podemos reconocer a las personas más cercanas a nosotros, a pesar de que hayan experimentado algún cambio físico (es algo así como un milagro de la naturaleza para que puedas seguir queriendo a tu hermano, aunque se haya dejado una cresta a lo ‘punky’). La parte negativa es esa: puedes llegar a ver patrones donde no los hay, como en un pimiento o en una piedra. Es la contrapartida por haber diseñado un cerebro preparado para enfrentarse a la vida misma. Algunos, como el señor Hamaya, tienen este sexto sentido más que desarrollado.
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Con información de Oddity Central, Colossal, Garuyo y Psicología y mente.
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