Puede que haya quien todavía no se haya percatado, pero el verano y el calor han llegado a la península dispuestos a quedarse. Y como cada año, los feriantes ya preparan sus ‘roulotte’ para conquistar las fiestas de los pueblos. De aquí para allá y de allá para acá, ya sea para refrescar el gaznate de los pueblerinos o para que estos puedan vivir experiencias alucinantes subidos a sus carruseles. ¿Hay algo mejor que el ‘Sapito Loco’? A quienes no contentan del todo las ferias son a los mozos del pueblo. No por las resacas de esos brebajes que preparan los feriantes o por los manjares que las acompañan, sino porque cada año ven cómo los chavales de las localidades aledañas llegan y conquistan a sus paisanas.
No existen estudios al respecto, por extraño que resulte, que expliquen por qué ocurre esto, pero basta con acudir a las ferias y fiestas de cualquier pueblo para saber que es así. Si eres chico, además, lo vivirás en tus propias carnes. Con la etiqueta de forastero, tendrás más éxito con las mujeres del lugar que los que pasan allí el resto del año. Es un hecho más que probado. Si no, ¿por qué los chavales acaban yendo de pueblo en pueblo cada verano? Está claro: van en busca del amor... o lo que surja.
En la España profunda ya sabemos, en cualquier caso, cómo funciona la cuestión del querer. Desde que son bien jóvenes, a los chicos del pueblo las muchachas les etiquetan. Ya sea para bien (‘tio bueno’, ‘ligón’, ‘apuesto’), como para mal (‘patán’, ‘tímido’, ‘empollón’). Una vez que se añaden a una categoría resulta imposible salir de ella. No quiere decir esto que no existan posibilidades de conquistar a las chicas. Para nada. Simplemente, los chicos solo podrán camelarse a las chicas que busquen algo así.
¿Qué ocurre cuando los forasteros llegan a las ferias? Que no hay tiempo para asignar etiquetas. En mitad del botellón, con la oscuridad y el alcohol de por medio, no existe la posibilidad de que encasillen a los recién llegados, por lo que tendrán más posibilidades de llevarse los mimos y las carantoñas de las zagalas del lugar. Así de simple. Además, sabedores por propia experiencia de que cuentan con muchas posibilidades de llevarse el gato al agua, no dudarán a la hora de tirar la caña y flirtear con ellas.
A eso hay que añadir lo exótico que resulta lo desconocido. Ya seas chico o chica sabes perfectamente de lo que hablamos. ¿Quién no ha querido hincarle el diente a alguien de otra raza? Pues con los forasteros en las ferias ocurre lo mismo, pero a una escala mucho mayor. De la misma forma que no tendrías problema en darle arrumacos a una chica asiática o un chico afroamericano, en los pueblos tanto ellos como ellas son más propensos a decantarse por lo que llega de fuera.
No obstante, es cierto que los kilómetros que separan un pueblo y otro hacen que las circunstancias sean sumamente parecidas y las culturas de unos y otros sean prácticamente idénticas. Si algunos de los presentes estuviera tentado de conocer a un apuesto brasileño o una simpática brasileña, a su favor jugaría nuestra curiosidad por conocer sus costumbres, su visión del mundo y su forma de vida. Sin embargo, en el contexto de las ferias esto no ocurre. Pero, oye, no te había visto nunca, así que acabas de llamar mi atención. Así, si eres guiri y has llegado de tierras lejanas, debes pifiarla de lo lindo para irte solo o sola a casa en mitad de una feria.
También se da otra circunstancia. Aunque lo neguemos, en general solemos ser propensos a detestar con inusitada facilidad lo cotidiano Por esto mismo, tanto las chicas como los chicos se aburren rápidamente de ver siempre los mismos rostros y escuchar las mismas bromas en el instituto, en los bares o en los parques. De ahí que necesiten un punto más de emoción. Por muy bien que esté aquello que vemos todos los días, siempre querremos algo más, algo que no tenemos en nuestro día a día. Por eso, muchos y muchas acaban decantándose por lo llegado de fuera.
Y no debemos olvidar que, en mitad de la feria, existen ciertos elementos que incitan al desenfreno y al amor. Véase el alcohol. En las fiestas de un pueblo pueden faltar muchas cosas, pero jamás esas bebidas que permitan a los paisanos desinhibirse y olvidar por unos días la monotonía que, en muchos casos, acaba inundando su localidad.
Otro factor a tener en cuenta son las reses bravas. Parecerá que hemos retrocedido algún que otro siglo, pero ¿quién liga más? ¿El forastero que se queda en la barrera intentando convivir con la resaca de la noche anterior o el que se arrima bien al toro, para deleitar al respetable con algún que otro quiebro? Poco importa que acabe revolcado en el albero, que serán muchas las mozas que acabarán prendadas de él.
Eso sí, los forasteros y las forasteras no deberán confiarse en ningún momento. Puede que los lugareños disimulen bien su enfado, pero el más mínimo desliz puede acabar colmando su paciencia y aquellos que han llegado de otros pueblos solo con la intención de pasar un rato divertido en la feria pueden acabar sumergidos en el pilón. En ese caso, los lugareños deberán tachar de su lista las fiestas del pueblo del empapado, o entonces podrían ser ellos las víctimas. Por esto mismo, mejor que reine la paz y la armonía, que el amor no entiende ni de fronteras ni de términos municipales.
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De cosecha propia. Gran reserva.
¡Échale arroz, nene, que carne ya tiene!
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