Siempre andamos con la misma cantinela. Nos creemos expertos nutricionistas y no tenemos ni la más mínima idea (sí, ya es hora de reconocerlo). Que si la cerveza engorda, que si esta dieta es milagrosa, que si come cinco piezas de fruta al día (¿es acaso posible?), que si bebe cada día 5 o 10 litros de agua... Y todo esto, al final, ¿para qué? Para que cada cual haga y deshaga a su antojo y se alimente con lo que crea más conveniente. Acierte o fracase, poco importa. Hay desde quienes detestan la verdura y la suprimen de su alimentación, hasta chiflados que creen encontrar todos los nutrientes en la pasta y el pollo. Bueno, y luego está Hans Raj, al que hay que echarle de comer aparte.
En este caso, además, es literal. Si un día invitásemos a comer a este albañil indio a nuestro hogar, tendríamos que preparar un puchero, un buen solomillo, unos espagueti a la boloñesa y luego, ir por la comida de nuestro invitado. Eso sí, para entonces tendremos que tener localizado algún lugar dónde estén levantando un edificio para ir a birlarles un poco de arena. Solo así podremos contentar a Hans Raj, que tiene unos gustos gastronómicos muy, muy peculiares.
En su barrio es conocido como 'sand man' (el hombre de arena, en castellano). Este apodo no se debe, precisamente, al hecho de que Hans Raj haga unas preciosas figuras de las que se ven en las playas cada año. No van por ahí los tiros. Sus amigos y familiares le dieron este apodo porque desde que cumplió los 20 años se zampa cada día un plato entero de arena. Y, lo creáis o no, ha llegado a cumplir las 45 primaveras en buen estado de salud. O, al menos, eso dice él.
“Llevo comiendo ladrillos y rocas alrededor de 25 años. Me encanta comer esto. No creo que hayan tenido ningún efecto perjudicial sobre mí”, asegura este deborador de terrones. Es más, si el hambre aprieta entre horas, Hans Raj no se lleva a la boca unos pistachos, unas patatas fritas o cualquier otro 'snack'. Ni hablar. Para calmar a su estómago él prefiere alguna piedrecita o trozos de ladrillos. Mejor no imaginarnos la mezcla de cerveza con ladrillo visto picadito... A la hora de tapear, su estómago se convertiría en poco menos que una hormigonera.
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No obstante, los médicos le han advertido del riesgo que entraña basar su alimentación en la ingesta de tierra. Aseguran que podría parecer una enfermedad conocida como pica. Quienes padecen este trastorno alimenticio, comen de forma compulsiva alimentos no comestibles que no tienen ningún valor nutricional, ya sea tiza, papel, yeso o algo aún más peligroso como pintura, pegamento o cenizas de cigarrillo.
Pero Hans Raj afirma que él tiene una salud de hierro. “No he sufrido ningún problema ni en el estómago ni en la boca. Mis dientes están absolutamente bien. Puedo morder la piedra más dura sin ningún problema”, comenta. Él atribuye su buen estado de salud, por un lado, a los minerales que contienen los productos de su extraña dieta, y por otro, a que de cuando en cuando los combina con té, sopa y pan. ¿Os los imagináis preparándose el almuerzo para el día siguiente? El clásico "eres más bruto que un bocadillo de piedras" con Hans dejó de ser una broma.
De hecho, a lo largo de los años, no ha tenido inconveniente alguno en desplazarse hasta los pueblos cercanos al suyo para ir a los solares donde estaban levantando nuevas edificaciones y robar un poco de tierra de aquí, algún ladrillo de allá...
Tal fue el placer que le producía meterse un plato de arena entre pecho y espalda cada día que dejó su trabajo como ganadero y se pasó al sector de la construcción. Y, según cuentan algunas de sus amistades, es una suerte que aún lo contraten como albañil. “Ha habido momentos en los que le han regañado los propietarios de los edificios por comerse hasta la materia prima utilizada en la construcción”, asegura un amigo de Hans Raj.
Por mucho que sus amigos han tratado de disuadirle en su afán por comer arena, no lo han logrado. De hecho, algunos temen que un día empiece a devorar sus casas. “Me gustaría tratar de sacar un ladrillo suelto o partes desmenuzables de la casa de alguien. Esa es la única manera de conseguir mi dosis regular de rocas y otras cosas”, reconoce sin tapujos Hans Raj.
Desde luego a él, el condumio parece que le sale bastante barato. Aunque dudamos que lo haga, por sus gustos culinarios, si un día decide reservar mesa en El Bulli, Diverxo o El Celler de Can Roca, Adriá y compañía no deberán temer que este peculiar comensal se quede con hambre. Les bastaría con sacar un martillo y un cincel, hacer un hueco en la pared y ofrecerle un poco de ladrillo para que Hans quede más que satisfecho.
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Con información de Daily Mail, Weird Asia News y Mirror
Y de postre... ¡ladrillo visto!
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